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Mi experiencia en Punta Gallinas: un paraíso por descubrir en Colombia

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Viajar a Colombia es una aventura que definitivamente hay que vivir para entender de qué hablan todos los viajeros que han estado alguna vez. En este post te contaré mi experiencia en Punta Gallinas, el punto más al norte de Colombia y de América del Sur, y cómo es el tour en Punta Gallinas. Un lugar que parece de otro mundo y una de las experiencias más bonitas que he vivido en Colombia, mi país.

Este país ofrece lugares tan distintos entre sí, que te aseguro que si lo que quieres es tener diferentes experiencias en un mismo lugar, viajar a Colombia es una de las mejores decisiones que tomarás en tu vida.

Por qué decidí vivir la experiencia en Punta Gallinas

Te pongo en contexto. Hace unos años me fui de Colombia sin saber realmente cómo era el país en el que había crecido. Sin conocer más que su enorme capital, Bogotá, y algunos lugares de cerca de ella.

Supongo que como muchos, siempre pensé que al estar ahí y tener todo cerca, podría visitarlo más tarde. Sin embargo, solo decidí conocerlo de verdad cuando lo eché de menos.

Regresé a Colombia para pasar unas vacaciones luego de estar casi dos años en Europa. Me propuse conocer el país en profundidad, no solo para conocer más sobre mis raíces sino para saber de lo que hablaba cuando me preguntaban por él.

Para que veas que lo que quiero es contarte la verdad, te voy a hablar de lo bueno y de lo malo, aunque te aseguro que lo malo no significó nada en comparación a todo lo bueno que me regaló este viaje.

Rumbo a Punta Gallinas y lo que vimos por el camino

Para llegar hasta Punta Gallinas tuvimos que recorrer un camino largo. Viajamos en avión desde Bogotá hasta Santa Marta, la ciudad más antigua de Colombia y de toda Sudamérica, para quedarnos una noche allí y salir temprano hasta Rioacha. Santa Marta es el lugar desde donde salen otros tours a Ciudad Perdida (que también te recomiendo mucho que visites) y al Parque Nacional Tayrona.

En el camino recogimos a dos chicas que se estaban quedando en hostales más alejados de la ciudad, una holandesa y otra alemana. Éramos cuatro, junto con mi amigo italiano.

El Salar de Manaure

Una vez en Riohacha nos encontramos con otros grupos, desayunamos y fuimos hasta Manaure para ver el proceso de recolección de sal (¡Vale la pena ver los salares! 😉 ).

Después nos llevaron a un pequeño pueblo a comprar agua, porque donde íbamos a quedarnos no habría mucha. Tras comprarla, además de algunas cosas para picar, nos adentramos en el desierto de La Guajira.

El Desierto de La Guajira

Entre la emoción, cómo estábamos vestidos y los paisajes que nos rodeaban, nos sentíamos en una aventura tipo Indiana Jones.

Era increíble ver cómo la vegetación se transformaba tantas veces y lo drástico que lo hacía. Acabábamos de estar en un salar, luego una vía rodeada de árboles y arbustos y de repente, en un enorme desierto. Así, de la nada.

Era increíble ver cómo la vegetación se transformaba tantas veces y la drástica manera en la que lo hacía

Estaba feliz y muy emocionada. Saltando dentro de la camioneta 4×4 que dejaba un rastro de tierra y arena a su paso. Mientras tanto, mi amigo, agotado por haber madrugado tanto y la cantidad de cosas que ya habíamos hecho, dejaba que su cuello se moviera al ritmo de la camioneta mientras dormía. Estoy segura de que su espalda no disfrutó de ese momento de nuestra experiencia en Punta Gallinas tanto como yo.

En bicicleta por el desierto

Otra cosa que también llamó mucho nuestra atención, fue ver cómo los indígenas se movían en bicicleta a lo largo del desierto, recorriendo lo que parecían distancias infinitas. Muchas veces de a dos o incluso tres por bicicleta. Nos saludaban, siempre con una sonrisa.

Las rancherías de El Cabo de la Vela

Llegamos a una posada Wayuu o lo que allí llaman ranchería, donde nos alojaríamos. Estaba justo frente al mar, con vista a los kitesurfers que nunca imaginé que estarían allí. Tenía algunas cabañitas y justo lo necesario.

Al llegar nos sirvieron un plato muy generoso de comida típica guajira, con pescado, arroz (que nunca falta en una mesa colombiana) y patacones. Estos últimos, hechos con trozos de plátano verde que es aplanado y luego pasa a freírse, ¡buenísimos! Nada que envidiar a la comida típica de Perú o a la gastronomía ecuatoriana.

Foto por Javier Ignacio Acuña Ditzel

Atardecer en el Pilón de Azúcar

Después de comer, nos bañamos en el Pilón de Azúcar, una playa cercana muy bonita. El agua brillaba con el sol y recuerdo que, una vez dentro, mi amigo gritó asustado porque había sentido algo que le había tocado los pies.

Un niño wayuu, experto nadador, se sumergía para hacerle cosquillas a los turistas. Salió riendo del agua y nos reímos con él.

Para finalizar la tarde subimos a un mirador cerca de nuestra posada. Aquí veríamos uno de los atardeceres más lindos que he visto en la vida, con todo el océano Atlántico justo en frente.

Cenamos y fuimos a acostarnos temprano porque teníamos que madrugar al día siguiente y ¡esperen!… porque, aquí viene una de mis partes favoritas…¡dormimos en chinchorros!

Los Chinchorros, el mejor lugar para dormir

Los chinchorros, más conocidos como hamacas, me enseñaron el arte de dormir en cualquier lado y no morir en el intento. Lo mejor no es dormir a lo largo sino más bien en diagonal, para tenerlo lo más templado posible e intentar que no se mueva.

En la noche no hace frío y la verdad es que estando envuelto dentro de él se duerme muy a gusto. Sin duda, dormir en una cama hubiera restado emoción a nuestra experiencia en Punta Gallinas.

Los peajes de camino a Punta Gallinas

En el camino a Punta Gallinas hubo muchas cosas que me marcaron. Una de ellas fue que, aunque íbamos a gran velocidad, había que estar muy alerta porque cuando pasábamos cerca de alguna ranchería, las familias ponían algo así como un peaje.

Dos personas sostenían una cuerda, una de cada lado, para que el coche tuviera que pararse y comprar gasolina o darles algo. Cualquier cosa.

Los chóferes sabían que nosotros habíamos comprado algunas cosas para picar en la tienda del principio. Alguno nos comentó algo al respecto pero no le entendimos muy bien. Mi amigo y yo habíamos comprado varios paquetes de galletas, así que los entregamos cada vez que el coche se detenía. Esto sí que no me lo esperaba, ¡así que veo importante que lo sepas!

Las dunas de Taroa

Uno de los mejores momentos del viaje fue cuando llegamos a las Dunas de Taroa sin saberlo. Tras aparcar y bajarnos de los coches en mitad de la nada, los chóferes solo nos dijeron caminen hacia arriba.

Estábamos en un desierto en el que lo único que había eran dunas de arena. Subimos a la duna más alta para poder ver todo desde arriba y sin imaginarlo, una vez arriba, nos encontramos con el mar. Fue muy impactante ver el contraste tan inesperado y ese océano azul infinito.

El Faro de Punta Gallinas

Finalmente visitamos el Faro Punta Gallinas, «el punto más al norte de Colombia y Sudamérica». Había una pequeña construcción que tenía pintada esa misma frase, y varias piedras apiladas una sobre la otra, que otros viajeros habían dejado a lo largo de la playa.

Nuestra última parada sería en nuestra segunda ranchería, ubicada muy cerca de la Reserva “Los Flamencos”, que también visitamos. Un paraíso lleno de flamingos y conchas, de esas con las que se supone que puedes oír el mar.

Lo que me llevo de mi experiencia en Punta Gallinas

No podíamos creer que fuese el último día. Habíamos hecho un montón de cosas y aunque incluso nos hubiésemos sentido mal durante la noche (porque sí, es bastante posible que pase), no queríamos irnos.

Viajar a Punta Gallinas ha sido una de las experiencias más lindas que he vivido. Es un lugar mágico y fuera de lo “normal”. Un lugar que presenta una variedad de paisajes impresionante, una comunidad que a pesar de ser tan distinta te abre los brazos y te enseña sobre sí, y un espacio de reflexión donde desconectar.

Creo que experiencias como esta, hacen que haya intercambios culturales muy valiosos y que, sobre todo en mi caso, aportan al equilibrio e identidad de un país tan grande y variado como es Colombia. Un país que lamentablemente sigue luchando en contra de una imagen negativa y que busca enseñarle al mundo y a sus propios ciudadanos todo lo que tiene por ofrecer.

¿Te ha dado un poquito de envidia mi experiencia? ¿Te gustaría vivirla? 🙂

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